Marcelo Espina descolló en Platense y Colo Colo, lo que le valió la citación de Daniel Passarella a la Albiceleste, de la que fue capitán. Tras el retiro ofició como DT, pero una mala experiencia lo llevó a colgar el buzo y se dedicó a trabajar como analista, faceta en la que se destaca.


Marcelo Espina, ex futbolista, ídolo en Platense y Colo Colo.
“Fui de visita a la casa de mis viejos y nos pusimos a ver el noticiero. En un momento anunciaron el informe en el que Daniel Passarella iba a dar a conocer su primera lista de convocados como técnico de la Selección. Miré con la curiosidad del futbolero, sin ninguna expectativa. La imagen lo mostró sentándose y leyendo la nómina, en la que estaba yo. Era una época sin celulares y me empezó a llamar todo el mundo. No entendía nada y fue muy sorpresivo. En ese momento no tomé dimensión, pero cuando pasaron los años me di cuenta de que fui el primero en usar la camiseta número 10 después de Diego y es algo muy fuerte”.
Un recuerdo teñido de celeste y blanco, pinta una de las tantas cosas que el fútbol le regaló a Marcelo Espina, aquel elegante y habilidoso futbolista, ídolo en Platense de Argentina y Colo Colo de Chile, que tuvo ese inolvidable debut en el cuadro de Passarella al frente de la Selección. La pasión sigue intacta, ahora con auriculares y micrófono, en esta nueva faceta, que ya lleva varios años, pero a la que se le ha sumado el desafío de comentar el torneo argentino, haciendo dupla con Mariano Closs.
“Mientras era entrenador en Argentina, a comienzos de la década pasada, ya hacía algunas cosas en ESPN, pero sin mayor continuidad. Hasta que decidí no dirigir más, hecho que me permitió empezar a crecer lentamente en la señal. Los primeros pasos fueron con las ligas europeas, luego con la Champions y Europa League, haciendo dupla con la mayoría de los relatores y participando en los programas de análisis. Nunca me había tocado fútbol argentino, hasta este año, cuando se dio la posibilidad de trabajar seguido con Mariano, ya que antes solo me había tocado en forma ocasional. Hace pocos meses me dijeron que él iba a relatar la Liga Profesional y quería que yo fuese su comentarista. Fue un paso adelante, porque, además, comencé a ir a los estadios, cosa que cambia bastante para nuestra función. A cada uno de los relatores con los que trabajo les pido que me marquen en qué me equivoco, para poder mejorar. Me gustan varios de los muchachos que también desarrollan mi misma función, como Diego Latorre, Jorge Baravalle, Fernando Pacini, Santiago Russo y Fabián Godoy”, describe.
Marcelo Espina, uno a de los máximos ídolos de Platense.
Marcelo Espina está, sin discusiones, en la galería de los máximos ídolos contemporáneos de Platense, un equipo que ha debido sufrir mucho en las últimas décadas y que ahora se encuentra a las puertas de ganar un título en Primera: “Toda la gente sabe que soy hincha del club y es maravilloso lo que está pasando, sobre todo porque hace un par de semanas no se le hubiese ocurrido a nadie. Pero es lo bueno que tienen este tipo de torneos, que te dan la posibilidad de hacer las cosas bien y de pronto estar ahí. Noto en este grupo algo muy positivo que es el esfuerzo y el compañerismo, decisivos para estar en la final. Soy bastante tímido y cuando me ha tocado ir al estadio en Vicente López, llego temprano y me meto en la cabina. Me da un poco de vergüenza que me pidan en una foto, al punto que me siento más incómodo en esa situación que cuando me insultan (risas), porque a esos los ignoro”.
Los sueños de fútbol habían comenzado en los potreros y luego en las infantiles de River, aunque aquí se dio un corte de manera abrupta: “Una vez fuimos a jugar contra San Lorenzo a la ciudad deportiva y el técnico me dio una indicación que no me gustó cuando solo iban tres minutos. Lo insulté e hizo el cambio inmediatamente, entonces pasé por al lado del banco de suplentes, me saqué la camiseta y se la tiré. Empecé a caminar rumbo al vestuario, y del otro lado del alambrado me seguía mi viejo a los gritos: ‘¿Qué hiciste? ¡Te volviste loco!’ (risas). Tenía decidido no ir nunca más. Tuve una charla a los pocos días con el gran Adolfo Pedernera, que era el coordinador de Inferiores y pese a sus consejos, mi determinación era firme y me fui a Platense, donde jugaba un amigo, Felipe Bellini, y su papá siempre me insistía para que me sumara. Ahí empezó mi historia con el club”.
Enseguida se destacó en las Inferiores, al tiempo que la Primera se iba salvando del descenso año tras años, muchas veces de manera casi milagrosa. Hasta que llegó el día soñado, en septiembre del ‘86: “Ingresé en el segundo tiempo de una derrota contra Central en Rosario y de ahí en adelante estuve como 15 partidos en el banco sin ingresar, primero con Carlos Babington y luego con el Chamaco Rodríguez como técnicos. Hasta que llegó el momento de volver a jugar, en plena lucha por no descender, en la anteúltima fecha del torneo 1986/87, contra Deportivo Español. Una semana más tarde fuimos al Monumental, a jugarnos a todo o nada, porque estábamos un punto debajo de Temperley. Nos concentramos varios días antes en el predio de Empleados de Comercio y cuando llegó el momento de la charla técnica, el Chamaco dio la formación, donde aparecía entre los titulares y quedaba afuera Gambier, que era el goleador del equipo. Se armó un lío tremendo (risas). Se decían de todo y era un griterío de locos, con nosotros en el medio. Los más grandes del plantel los tuvieron que separar. La historia, en definitiva, fue que Gambier nos terminó salvando, porque ingresó en el segundo, cuando perdíamos 2-0 y convirtió los tres goles para el triunfo 3-2, que nos hizo jugar un desempate con Temperley, en cancha de Huracán, que ganamos 2-0 y nos quedamos en Primera. Fue una de las hazañas más grandes, y sufridas, en la historia del club”.
Marcelo Espina, con la casaca de la Selección en la era Passarella.
Platense arrancaba la temporada siguiente con un bajo promedio y debía sumar desde la primera fecha. Y así lo hizo, con gran participación de Espina, quien marcó en casi todos los encuentros iniciales del torneo: “El técnico era José Ramos Delgado que me tenía como en observación, pese a que convertía seguido, pero entrando desde el banco, hasta que un día no marqué y al otro partido me puso como titular. Estuve hasta la 7° fecha liderando la tabla de goleadores con el Toti Iglesias. Nos salvamos una fecha antes del final al ganarle a River en el Monumental 1-0 con gol de Gustavo Jones y tuvimos la alegría de ganar la Liguilla de perdedores, venciendo en la final a Boca. Vivíamos unas lindas épocas, porque en el plantel éramos muchos chicos surgidos de las inferiores”.
Aquellos equipos de Platense eran un dolor de cabeza para los grandes de la segunda mitad de la década del ‘80. Como una consecuencia lógica, los planteles se iban desarmando y a mediados del ‘90 le tocó a Espina el turno de emigrar:“El mismo día que la Selección llegó a Ezeiza, con toda la euforia por el subcampeonato del Mundial de Italia, yo iba para el aeropuerto en sentido contrario, porque se había hecho el pase a México. Al club le convenía y para mí era un salto importante, pero fue la única transferencia de mi carrera en la que me incliné más por lo económico que por lo deportivo y me terminó saliendo mal en ambos sentidos (risas), porque hubo una devaluación en ese país e Irapuato no era una institución con aspiraciones. Al año siguiente fui a préstamo al Atlante, donde estaba Ricardo La Volpe. Un genio. Yo supe separar sus dos facetas, porque en el campo, a la hora de entrenar, lo querés ahorcar por sus modos (risas), pero después nos íbamos a comer y estábamos varias horas charlando de fútbol, pero no él en el lugar de técnico, sino en una ronda natural de amigos. Muchos de esos compañeros luego fueron entrenadores o directores deportivos, porque él te dejaba un legado. A nivel táctico fue un adelantado, sobre todo con el tema de salir jugando desde el fondo con la pelota segura, cosas que luego le hemos visto a Guardiola, por ejemplo. Ricardo ya lo aplicaba en los ‘90″.
Después de dos temporadas con altibajos en México había llegado la hora del regreso: “En Atlante hice buena campaña, La Volpe quería que me quedara, pero el club pretendía renovar el préstamo y no comprar el pase. Lanús ascendió, me llamó Miguel Ángel Russo y allí volví. Al segundo partido, enfrentamos a Platense y le hice un gol, que fue el único con la camiseta granate, ya que allí no anduve bien, ni tuve continuidad. Al comenzar la temporada siguiente, la cosa seguía igual, acepté el ofrecimiento del presidente de Platense, resignando casi el 70% de lo que ganaba. Arrancamos muy mal hasta que llegó un fenómeno como Ricardo Rezza a la dirección técnica y enseguida cambió todo. Me dio la cinta de capitán, el equipo se acomodó en ese Apertura ‘93 y en el Clausura ‘94 hicimos un campañón, donde peleamos el campeonato. Nos mató el parate por el Mundial, porque se fue el Ruso Spontón, con quien, junto también a Diego Bustos, habíamos armado un buen triángulo de ataque. Salí goleador del torneo, siendo el último no delantero en lograrlo en Primera División en Argentina”.
Marcelo Espina disputando la Copa Libertadores para Colo Colo.
Esas grandes actuaciones derivaron en la merecida convocatoria a la selección argentina en octubre del ‘94: “Un día llegó la comunicación oficial a Platense, que decía cuándo debía presentarme en el predio de AFA para comenzar las prácticas. Salvo el Ratón Ayala, Néstor Fabbri, el Burrito Ortega y Perico Pérez, el resto éramos nuevos. El debut era contra Chile en Santiago y ,el día anterior, Passarella nos confirmó a los que íbamos a ser titulares y, cuando estábamos en el hotel, dijo que yo iba a ser el capitán. Vivía como una inconciencia total, casi sin darme cuenta, pero el tiempo me dio la noción de los espectacular que fue. Esa noche anduve muy bien y convertí uno de los goles del triunfo 3-0. En la Selección continué al año siguiente disputando la Copa Rey Fahd y la Copa América en Uruguay”.
Aquella actuación sobresaliente en Santiago de Chile llamó la atención de los dirigentes de Colo Colo, que pusieron el ojo en ese talentoso volante, que ponía pausa y criterio en un equipo vertiginoso, lleno de jóvenes promesas: “Al volver a la Copa Rey Fahd, me llamó mi representante para decirme que me habían vendido a Chile. No tuve ningún problema de adaptación, no solo por el club, sino por esa ciudad hermosa donde fui a vivir. El entrenador que me llevó, Gustavo Benítez, a quien quiero mucho, primero me ponía sobre la izquierda, no como enganche y eso hizo que mi rendimiento no fuera bueno en la temporada inicial, pero tuve algo que me ayudó: en el primer clásico contra la U, marqué dos goles. Eso me dio un colchón para mantenerme ante ciertas actuaciones irregulares. En el ‘96 viví una situación especial cuando fuimos a disputar un amistoso a San Felipe, porque el volante de contención no viajó porque estaba por ser padre. Entonces Gustavo me preguntó si me animaba a jugar de doble cinco y le respondí que sí. Jamás salí de esa posición, en la que me acomodé, fui elegido el mejor futbolista, el mejor extranjero y ganamos cuatro títulos en tres años”.
Marcelo Espina actualmente es comentarista en ESPN.
La idolatría de los hinchas de Colo Colo hacia Marcelo crecía día a día, en el marco de un club que atravesaba un muy buen momento deportivo. Él estaba cómodo en la ciudad que lo había adoptado, hasta que llegó un llamado que lo hizo cambiar: “Gustavo Benítez se había ido al Racing de Santander y me empezó a insistir para que me fuera. En junio del ‘99 tomé la decisión de hacer mi primera experiencia en Europa. Fueron dos temporadas con un balance muy positivo, en las que tuve que enfrentarme, por ejemplo, al Real Madrid de Redondo, Roberto Carlos y Raúl, campeón de Champions y a un Barcelona que era una locura. Nunca me voy a olvidar de la conformación del medio para arriba, porque nunca los pudimos agarrar (risas): Luis Enrique, Guardiola, Cocú, Figo, Kluivert y Rivaldo. Después me volví a Colo Colo, para el final de mi carrera, que concluyó en 2004. Hacía dos años que tenía tomada la decisión que mantuve en secreto. Solo lo supo, dos meses antes, Jaime Pizarro, que era el entrenador. A los pocos meses, fue el partido despedida cerrando el ciclo”.
Los ecos de la gloria ya estaban guardados por siempre en su corazón y en el de todos los hinchas de Colo Colo. Pero iba a pasar muy poco tiempo para el reencuentro: “Me fui de vacaciones y a los seis meses me llamaron del club, que estaba en quiebra, para asumir la dirección técnica. Fue un breve lapso, porque enseguida asumió la sociedad anónima y me fui. Tenía decidido ser entrenador, por eso había hecho el curso en España, ya que las influencias de La Volpe y Benítez fueron muy importantes en mi carrera. Luego seguí en Everton y Unión Española y más tarde en Argentina, en Acassuso y Platense, donde estábamos bien, más el hecho de haber pasado dos ruedas de Copa Argentina. Cuando volvimos de un receso, tras dos partidos sin ganar, el presidente me vino a decir que teníamos que cambiar. Agregó que nos teníamos que poner de acuerdo en qué íbamos a decir a la prensa y ahí lo paré: ‘Yo voy a decir lo que pasó, vos me echaste’. Salí de ahí y supe internamente que no iba a dirigir más, porque si esa intolerancia la había sufrido en Platense, que es mi casa, qué me quedaba en el resto”.
Esa ingrata situación lo acercó a la incipiente actividad que comenzaba a desarrollar, como analista de fútbol en televisión. Diez años más tarde, con el mismo aplomo y visión con la que se destacaba en los campos de juego, lo hace delante de cámara y micrófono en mano. Ser respetado en un ambiente difícil como el fútbol no es tarea sencilla, como ser el enganche de un equipo. Marcelo Espina ahora, como entonces, se sigue luciendo.